miércoles, 21 de mayo de 2014

EL PROBLEMA DEL TRABAJADOR



   Hay que reflexionar sobre la condición precaria del trabajador hoy en día. No a través de los tópicos pseudo-revolucionarios clásicos del tipo ‘alienación’, ‘oprimidos’, etc. Intentaremos descubrir cuál es el papel del trabajador en el proceso productivo desde las relaciones sociales.
   Estamos en un sistema que funciona de manera contractual. Esto quiere decir que cada uno de los individuos aporta algo al otro, hace un intercambio con él, se establece un acuerdo. Así, nuestra democracia consiste en votar a unos representantes que se comprometen a promover nuestro bienestar. Nosotros aportamos el voto, ellos su pretensión (ya sabemos que cumplen bastante poco). Ahora bien, miremos la situación del trabajador.
   El trabajador y el empresario se supone que llegan a un acuerdo, al igual que en el ejemplo del voto. El empresario otorga cierto dinero a cambio de que el empleado trabaje y el beneficio del producto sea para el empresario.  ¿Qué papel juega el trabajador en esta negociación? ¿Tiene la posibilidad de elegir a qué precio vender su fuerza de trabajo? Ninguno y no. Ésas son las respuestas. La siguiente cuestión es por qué.
   El precio no lo elige el trabajador porque está sujeto al sistema de mercado. No quiero entrar en tópicos, pero el trabajador es una mercancía. Si hay poca demanda de empleo, el trabajador puede obtener más beneficio cuando produce. Cuando la demanda se dispara, es decir, llegamos a tener cinco o seis millones de parados, la demanda es tan grande que el precio al que se vende la fuerza de trabajo comienza a ser una vergüenza. Incluso empresarios hablan de que el trabajador tendría que trabajar gratis o pagar por trabajar. A todos nos ruborizan este tipo de comentarios, pero ellos están pensando en que hay muchísima demanda y pueden incluso llegar a pagar cero. Así es como funciona el trabajo, bajo la ley de la oferta y la demanda, como cualquier producto. Se vende la libertad y las opciones de elegir y ninguno de nosotros podemos intervenir en ello. Imagínense que todos los trabajadores se pusieran ellos mismos un salario mínimo para producir. No sólo obligarían al empresario a soltar más dinero, pues es verdaderamente quien necesita que alguien aporte su fuerza de trabajo, sino que ustedes podrían tener la sensación de estar eligiendo algo en este proceso. Sin embargo, como estamos educados en este sistema, lo más probable es que todos, por competencia, comenzaran a bajarse a sí mismos los salarios con tal de tener trabajo y que el otro no lo tenga. Es el precio que hay que pagar por una sociedad individualista que nos enseña a querer acumular sin ningún sentido.
   Por último me gustaría resaltar que en sociedades como las bandas o las tribus, nadie vende su fuerza de trabajo y todo el mundo tiene que trabajar. Porque el trabajo en estas sociedades es una obligación social. Cada uno puede poner su producto en común para luego redistribuir el total entre todos o puede hacer intercambios desde diferentes tipos de reciprocidad*. También estas sociedades tienen lazos de parentesco y filiación mucho más fuertes. Quizás esa sea la razón, junto con la urbanización (que no nos permie producir sustento directo), de la lastrada posición del trabajador en el sistema productivo del capitalismo. Pero bueno, la gente tampoco quiere pensar en ello, sólo que alguien con una varita lo arregle y le proporcione bienestar. Ilusos.

*: Karl Polanyi – El sistema económico como proceso institucionalizado

domingo, 18 de mayo de 2014

LA FRUSTRACIÓN ESPAÑOLA



   Tras el asesinato de Isabel Carrasco por la madre de una compañera de partido y la misma, el debate, sorprendentemente (¿o no?), que ha inundado los medios de comunicación es sobre las publicaciones en Twitter. Muchos han manifestado su alegría o han bromeado sarcásticamente con la muerte de la susodicha, lo que ha llevado a un revuelo sobre la libertad de expresión en Internet muy interesante.
   Es obvio que los gobernantes saben de la cantidad de publicaciones que hay en Twitter y otras redes sociales que justifican todo tipo de delitos y ensalzan cualquier comportamiento radical. De hecho, son mencionados diariamente por ciudadanos que vuelcan sus frustraciones mediante esta manera de contacto directo que es la única que pueden tener, excepto cuando en campaña electoral los candidatos se dan una vuelta por un mercado a saludar a sus futuros votantes. (¿Dónde habremos llegado si con un saludo pueden ganar un voto?)
   Centrémonos ahora en el tema en cuestión. ¿De verdad van ustedes a regular el espacio público y virtual donde la gente vuelca el odio que les tienen? ¿Acaso quieren que ese espacio se haga físico y vuelvan los escraches a estar a la orden del día? Ambos sabemos que no va a suceder. Ustedes no van a regular nada, porque saben de la complejidad del mundo de Twitter. Hay muchísimas cuentas que se dedican a un humor muy negro, o gente que simplemente se dedica a trollear. Saben que poner límite a algo tan escurridizo es imposible. Uno mismo puede ser irónico, sarcástico, escribir al revés para que no lo denuncien, etcétera. Si la gente quiere espetarles unas letras, lo van a hacer, y ustedes están encantados de ello, no vaya a ser que prefieran salir a la calle y la frustración la vuelquen con ustedes a lo Robespierre.
   Su habilidad para trasladar el tema importante de la semana está siendo cada vez menos efectiva. Cuando sus políticas de austeridad lastraban al país dejando a centenares de familias en la calle, mientras ponían un total de 107.000.000.000 millones de euros en manos de los bancos, ustedes lo reducían todo a términos macroeconómicos. Esto podía ser tragable para la población española, que aún así no entendía como en la supuesta mejor etapa de la historia de la humanidad, llevarse algo de comer a la boca dependía de la macroeconomía. Sin embargo, desde que se pasan el día sacando la bandera de la recuperación porque los términos macroeconómicos han mejorado, no tienen ya chivo expiatorio al que echarle la culpa. Ahora, cada vez que hay un escándalo, incluso algo fortuito como el asesinato de su compañera, tratan de trasladar el debate a temas cada vez más absurdos, aumentando la frustración, ya innata en los españoles hasta en buenos tiempos, para superar el límite de la paciencia general.
   Bien podría ser que su experimento sociológico de medir la paciencia y alienación de los ciudadanos esté llegando a su fin, que no al fin de ustedes, que cuando quieran pueden hacer cuatro medidas populistas y salir triunfantes. A menudo me los imagino riéndose del ciudadano corriente en sus despachos, mirándose al espejo henchidos de poder, mientras los demás veríamos en esa imagen la desolación del ser humano. A la indignación ciudadana le faltan dos cosas para reventar hacia ustedes: que la desesperación se organice y que no le importe ser violenta. Hasta entonces, en ciento cuarenta caracteres seguirá cabiendo poco más que “hijos de puta”.

miércoles, 16 de abril de 2014

UNA VUELTA A NIETZSCHE PARA LA ACTUALIDAD ESPAÑOLA



   Nietzsche ya advirtió la muerte de Dios hace más de un siglo. Esa muerte, más que instantánea, ha sido lenta, quedando atrapados en ella muchísimos nostálgicos que acuden a Dios y su voluntad como determinantes de su vida. El ser humano mandaba callar a Dios y a sus portavoces en la Tierra después de siglos de cristianismo. El problema fue, el mismo que acontece hoy en nuestros días. La religión cristiana y sus valores representaban entonces un sello de identidad cultural para la sociedad, algo que unía a los hombres de occidente, constituía un vínculo. Cuando la existencia de Dios se acaba con el funeral que Nietzsche le otorga, surge el nuevo amanecer del que nuestro amigo hablaba. Nietzsche no vio este amanecer, repleto de horrores por las dos Guerras Mundiales, pero si anticipó el nihilismo ante la muerte de una entidad  de tal magnitud como la de Dios, de un pilar básico en la sociedad occidental.
   El nihilismo de Nietzsche, a mi modo de ver, es el proceso de luto ante la pérdida de unos valores. Cuando una sociedad llega al punto en el que sus valores más incuestionables, más profundos, pasan a ser un lecho escéptico, esta sociedad se encuentra en un momento nihilista. En un momento en el que el pasado, la tradición, los valores fundamentales no dan respuesta a una situación de su presente vital, por lo que se encuentra en una tierra de nadie, en un desierto en el que  al mirar atrás nos aparece una tormenta de arena y al mirar hacia adelante una total incógnita. Ante este sentimiento de desorientación, ¿qué podemos hacer?
   Quizás estas breves líneas nos traigan hasta nuestra actualidad. En este momento nos encontramos ante la crisis de las instituciones democráticas y neoliberales, de sus valores, e incluso de la alternativa presentada durante todo el siglo XX, el comunismo, en crisis desde el final de la URSS. Así, caminamos por un desierto de nuevo, en el que el racionalismo encarnado por las instituciones y sus gobernantes nos parecen cada vez más inútiles, más atemporales, no encontramos su rostro humano. Ante esta situación, en nuestra sociedad española, algunos prefieren quedar inmóviles en el desierto, otros se agarran a banderas sin saber mucho de su contenido ni su historia.
   Es obvio que en España no tenemos unos valores que nos unan como país. En Francia, la conciencia nacional está tremendamente ligada a los postulados de la Revolución Francesa. Es el punto culminante de su historia, el punto en el que dentro de un nihilismo incipiente en el que todo parecía estancado y retrógrado, de repente, la Revolución Francesa en sí se presentó como la heroína de la vanguardia, el vínculo de unión que les permitía crear una identidad a todos los franceses. Sin embargo, España tiene poco a lo que agarrarse. Si miramos los dos últimos siglos de nuestra historia, cada etapa parece peor que la anterior. Así, unos acuden al franquismo como elemento de unión o a la Transición mitificada y el Rey como salvador de la democracia; otros acuden a la II República y otros, no saben de qué estoy hablando. Muchísimos otros no saben nada de la historia de España, ni les interesa, ni quieren adherirse a ningún vínculo. Estas personas son de lo más repugnante. Se pierden en divagaciones y quejas sobre todo (el deporte español por excelencia), mientras con su inacción legitiman todo aquello de lo que tienen tanto que gritar. No es que esté defendiendo que los españoles deban encontrar alguna identidad total (bastante tenemos con ser un país de gregarios), simplemente pongo de manifiesto por qué la división de España es crónica, y así seguirá siendo. Queda un mapa de gente identificada con un supuesto pasado español, otra gente identificada con otro pasado (más breve) y otra gente que simplemente no le importa España (aunque pueda sentirse española), no quieren saber nada de política (aunque no paren de hablar de ello) y no quieren involucrarse en nada (a pesar de que esta elección ya sirve para apoyar la fijeza del sistema).
   Ante este panorama, ya existió una Guerra Civil. No creo que otra surja de este cisma, pues la sociedad se ha vuelto profundamente aniñada, adolescente, inepta en definitiva. Sin embargo, valdría la pena retrotraer a Nietzsche en este momento, para hacer ver que esta pérdida de identidad, solamente puede significar la celebración del fin de una era, y por tanto, del principio de otra que está en nuestras manos. ¿Qué podemos hacer? Ser creadores de una nueva aurora.

miércoles, 26 de marzo de 2014

SOBRE LA CREACIÓN DE ESTEREOTIPOS, EL PODER DE LA VERDAD Y EL SIGNIFICADO DE "SER"

   Me gustaría comenzar este pequeño trabajo que realizo entre medias de mis estudios de filosofía y mis proyectos cinematográficos, haciendo un resumen del contenido del mismo. Los tres objetos de estudio (la creación de estereotipos, el poder de la acción y el significado del ser) pueden parecer difícil de relacionar y totalmente ajenos los unos a los otros. Evidentemente no es así. Procederé pues, a explicar la creación de estereotipos asociados a elecciones que nos hacen ‘ser’ o más bien, pertenecer, y quien tiene el poder de actuar con respecto a un estatus adquirido por los dos aspectos anteriores.
   Nuestra sociedad es característicamente universal, en tanto y cuanto a que es la única sociedad de masas, que además tiene aparatos propagadores de información sin necesidad de reunión física de los receptores de mensaje en un lugar público. Prácticamente todos tenemos una televisión, un Smartphone o una conexión de internet que nos permita estar informados, y quizás, excesivamente informados.
   Unos medios tecnológicos de información tan evolucionados permiten crear un tipo de cultura, o sumergir a los que componen ésta en un proceso de enculturación común. Esto podría ser positivo si los mensajes emitidos desde estos medios de comunicación de masas fueran un estímulo para mejorar esta sociedad. Lo cierto es que, si las grandes empresas de un país tienen el control sobre las cadenas de televisión, pueden emitir el mensaje que prefieran, por lo tanto, un modelo de enculturación universal se convierte en un modo de educación que manipula o aliena a los espectadores.
   Como sabemos, el mundo actual se rige por ser audiovisual y por el dicho “si no lo veo, no lo creo”. Este dicho ha sido tomado por los grandes emisores de información para crear de cero aquello que quisieran hacer creer a los espectadores. De este modo, emitirán mensajes que formen un conjunto de valores que mantengan el orden social donde ellos se asientan en un lugar privilegiado. Habiendo usado su poder como modelo de educación, lo más elemental es que la mayoría de las personas tenga una estructura mental creada a través del lenguaje (obviamente), los progenitores ya consumidores de la información manipulada y el propio aparato que emite los mensajes que mantienen el orden social. Ésta es la situación ideal del poder ante el ciudadano corriente.
   Hablemos ahora de España y la época de bonanza económica. Durante esta etapa reinaban en la televisión los programas de chismorreo y los debates sobre la vida de personajes insulsos que adquirían una importancia para la población española sorprendente. Me refiero a las Tamaras, los Paco Porras  y etc. que hacían parte de la farándula española. Por no hablar de la repercusión que tuvo el caso de Isabel Pantoja y Julián Muñoz, tomado a modo de farándula también. Cuán diferente sería la indignación del pueblo español si surgieran ahora estos casos de corrupción tan manifiestos. Lo que en aquella época era risa, hoy es escozor, rabia contra estos personajes. Una población que tenía cierta estabilidad económica decidía consumir estos productos televisivos. Tras la crisis y toda su repercusión apocalíptica, el objetivo informador cambia y, como buenos observadores, la industria televisiva cambia la farándula cotilla por la farándula política. Mismos escenarios ya no albergan a Ana Obregón o Kiko Rivera, no. Ahora albergan directores de periódico y expertos que emiten un mensaje que la sociedad quiere oír. El mensaje que ahora quiere oír es que se discute sobre el presente y el futuro, pues la esperanza se tornó obtusa en la vida española hace ya seis años.
   Muchos podrían ahora achacarme que la televisión tiene mucha programación aparte de ésta en sus múltiples canales. Claro que sí. El sistema es muy inteligente como para manipular al cien por cien, coaccionar al cien por cien, destruir al cien por cien. El orden se mantiene creando necesidades (demanda) que son respondidas en una oferta televisiva, siempre haciendo creer que la libertad es lo que gobierna no sólo a uno mismo sino el propio sistema. No realizarán debates políticos las 24h. del día, pero sí ocuparán gran parte de la parrilla televisiva, mientras los espectadores intentan convencerse de que la variedad de opiniones significa libertad de expresión. Hemos pasado en España, de una dictadura militar a una dictadura económica, algo que ocupará otro ensayo y no éste.
   Bien, tras esta descripción de la televisión llega la hora de describir cómo construye sus estereotipos, sus modelos de conducta:
   En cualquier programa de televisión se muestra un estereotipo de comportamiento. Cojamos el ejemplo de un informativo. Cómo se viste el informador o informadora, el plató y la mesa que nos separa virtualmente de él o ella son las características principales de un telediario. El objetivo principal de un programa como el citado debería ser contar las noticias lo más fiel a la realidad para mantener informado al ciudadano de la situación en el país. Ahora, analicemos las tres características citadas anteriormente. En primer lugar, el presentador vestirá de modo formal, si es hombre con corbata y americana. Este punto ya nos está diciendo con el objetivo de informar verídicamente quien tiene el poder de la verdad, es decir, de los hechos que ocurren en la realidad, fuera del mundo audiovisual. En segundo lugar, el plató conforma una redacción por el fondo donde parece que se trabaja a destajo para el informativo (lo que es un tanto peculiar, teniendo en cuenta que antes de emitir se ha debido hacer todo el trabajo previo y lo único que se necesita es un realizador que introduzca los vídeos o las conexiones). Por último, la disposición de una mesa nos indica una confrontación con esa persona, con el poseedor de la verdad, a modo de entrevista, como si nosotros nos cuestionáramos sin haber pronunciado pregunta y él nos mostrara qué ocurre en el mundo. Cabría destacar que últimamente se ponen de moda los informativos de pie señalando datos en una pantalla. Sinceramente, nos falta la libreta mientras lo vemos para tomar apuntes.
   Esta es la forma en la que se crea un estereotipo (la vestimenta incluso se extrapolará a políticos y demás supuestos emisores de verdad). ¿Quién va a pensar que el informativo está manipulado? Cierto es que todos somos conscientes de que unos son más de ‘izquierdas’ otros más de ‘derechas’, pero en general siguen una misma línea. ¿Por qué deberíamos confiar en que su mensaje es real? Es su manera de emitir este programa lo que nos ha hecho creer que es cierto. Podríamos contar una misma historia diez personas, que las diez sesgaríamos la información y entraríamos en discusión sobre qué ocurrió realmente respecto a un recuerdo común. Este cuestionamiento no ocurre en el informativo, un modo de información estereotipado y por tanto, institucionalizado.
   Podríamos coger otros ejemplos, como de nuevo los famosos debates políticos actuales. Todos siguen la misma dinámica. Los participantes apenas se respetan la palabra y están divididos en simpatizantes de izquierda y simpatizantes de derecha. Estos simpatizantes se arrojan clichés a la cara del tipo ‘rojo’ o ‘facha’ y aportan más bien poco. El problema es que esos señores son en muchos casos periodistas reputados o incluso directores de periódicos importantes de España. El título de periodista o de director de cualquier diario les da, como no, un cierto poder de emisores de verdad. Llevado este poder a un programa de televisión en prime time, se convierte no sólo en el prototipo ideario, sino también en el espejo mismo de la sociedad española, intransigente como ninguna ante la opinión de los demás. Podría seguir con el estereotipo de antisistema, el prototipo de republicano joven, etc. El sistema, a la vista de un movimiento como el 15-M, transforma una protesta ideológica mediante la información en un objeto de moda, en un estereotipo. Así vemos como jóvenes dicen ser anarquistas sin saber qué es la CNT o quién fue Bakunin, o republicanos que ni les suena la figura de Manuel Azaña. Ellos no son líderes de opinión, no, son la masa que sigue a los líderes de opinión. En el caso de los anarquistas (no reales, los citados) incluso siguen el prototipo de revolucionario que han creado precisamente los medios de información, el prototipo de antisistema.
   Así, como vemos, el estereotipo pasa a ser institución. Y la institución es sinónimo de emisora de verdad. Una institución implica un cierto peso en la sociedad. Sindicatos, ministros, gobierno, oposición, expertos, expresidentes, presidentes de estados o asociaciones empresariales,…Todos ellos son instituciones y tienen un hueco en la televisión. Tienen un hueco para transmitir su poder de verdad, que a su vez, otorga el espejismo de cierta pluralidad de valores, de cierta libertad. Sin embargo, ¿usted saldrá en la televisión si cree que sus convicciones u opinión son muy relevantes en la sociedad? Por supuesto que no. Usted saldrá en la televisión si su vecina ha muerto o si ha donado el premio de lotería a Caritas, o en su defecto, si goza de un cierto estatus. Pero, en realidad, usted saldrá, si alimenta el espectáculo, el espectáculo por mantener el orden social.
   Por último me gustaría analizar tímidamente la palabra ‘ser’ en cuanto a una nueva o mejor dicho, más recurrente significación que está tomando esta palabra. A pesar de que vivimos en un mundo tremendamente individualizado, el concepto de ser  algo ha pasado a significar pertenecer a algo. Me explicaré en las siguientes líneas:
   Si usted se declara conservador, progresista, comunista, anarquista, ácrata o ameba, usted tendrá que seguir una especie de dogma inventado de esos modelos políticos (basados en cuatro clichés o citas). Así, si se enfrenta a alguien, normalmente le dirá: “Vosotros, los fachas… (o rojos, o perroflautas o vaya usted a saber que calificativo de la riqueza lingüística española para el menosprecio se utilizará) decís siempre esto, pero luego…”. Esta frase, acompañada de un mensaje típico de estos grupos, será como un mandamiento. O usted lo sigue, o no pertenece a ese grupo. Y aquí volvemos de nuevo a los estereotipos. De nuevo, si usted no sigue una pauta de comportamiento, una vestimenta, un mensaje que sea el coincidente con el estereotipo, usted no es lo que dice ser, y queda en terreno de nadie, en una especie de neblina en el que usted no se definirá y le increparán por ello. Es por eso que el hombre está retromadurando. El hombre de hoy en día, ve un estereotipo, lo copia y vive su vida sin poseerla, sin cuestionarse su papel en un grupo determinado, o su papel activo en la fijación de una sociedad que no puede seguir como hasta ahora. No hay más que ver los distintos mensajes que se lanzan sobre el flujo de personas. Se llama flujo tanto al que hace un crucero por el Caribe, como el que busca el sustento fuera de su lugar de nacimiento. Y sí es un caso extremo, como el de los inmigrantes subsaharianos que entran a Ceuta y Melilla, se clama por poner unas vallas más altas, unas concertinas más afiladas, pero no por la solución de los problemas de raíz en la tierra de origen de unas pobres personas que cruzan desierto y viven bajo mínimos para tener la oportunidad de vivir con un mínimo de dignidad. Ellos no son nada porque no tienen dinero, no se olviden que si llegaran en avión, seríamos perfectos anfitriones.
   Me gustaría terminar mi reflexión resumiendo los puntos más importantes:
1.       La posibilidad de que la información llegue a todos los hogares permite dirigir un mensaje determinado por el poder a la sociedad. No solamente hará un mensaje que mantenga el orden social de manera inteligente, enmascarándolo con parches de libertad, sino que creará modelos de conducta y opinión como emisores de la verdad, es decir, estereotipos (o incluso prototipos).
2.       La existencia de estos estereotipos, mostrados en cada programa de televisión, llevan al espectador a la identificación y por tanto a la imitación o a asumir ciertos mensajes como propios.
3.       Si la persona que observa estos fenómenos televisivos es de inteligencia despierta o tiene cierta formación humanística, se dará cuenta de que uno no es ninguno de los estereotipos marcados por los poseedores de la verdad. Ciertamente, empezará a tener rechazo por las verdades de la sociedad. Si no se sigue a un estereotipo marcado, una moda que designa el comportamiento, el individuo queda en tierra de nadie, desposeído de horizonte.

   Por último, me gustaría destacar que este escrito sería simplemente una introducción o un proyecto anterior a tratar estos temas de modo más profundo.

lunes, 20 de enero de 2014

MÁS ALLÁ DE LAS APARIENCIAS: SOBRE LA EDUCACIÓN EN ESPAÑA



   Sabido es por todos que la nueva ley de educación LOMCE, la denominada Ley Wert, pondrá en nuestros corazones el luto a las Humanidades, que parecen ir perdiendo importancia según el neoliberalismo se siente más neo y libre que nunca. No he querido escribir ni opinar normalmente sobre este tema, porque me parece que va más allá de cuatro aspectos superfluos que la gente se empeña en destacar. El debate debe ir más allá de la religión o la relegación de la filosofía a ser meramente optativa.
    Veamos qué es lo que proporciona el sistema educativo español desde sus raíces, no desde la superficialidad de dar mayor importancia a unas asignaturas o a otras. En primer lugar, cabría destacar el papel del estudiante durante toda su vida académica, pues ¿acaso aprende verdaderamente algo? Cierto es que aprendemos a leer y escribir y a pensar de manera abstracta, quizás por nuestra condición de ser humanos más que por un exitoso sistema educativo, pero, más allá de esta imprescindible base, ¿qué es lo que golpea a la educación dejándola castigada en una esquina?
   Aproximadamente, desde segundo de primaria, comienza a haber una relación entre el estudio y la memorización. Mientras que anteriormente se estimulaba el juego como vehículo de aprendizaje y se hacían frecuentes las actividades artísticas, ya sea en iniciación al dibujo o estimulando el tiempo libre, a partir de ese momento comienzan los temidos exámenes. Sin embargo, los exámenes no ponen de relieve nuestro conocimiento, sino nuestra memoria. Nos inician a la ansiedad previa a una prueba de la que depende nuestro devenir. Una ansiedad que poco a poco iremos introduciendo en nuestro ser y a la que nos iremos acostumbrando según pasan los años, según tenemos que ir memorizando más y más datos de múltiples asignaturas que paulatinamente van dividiéndose en otras tantas.
   Veamos un ejemplo: si yo puedo memorizar cinco páginas al día, combatiendo mi ansiedad por el acercamiento de las fechas que cuestionarán mi saber, al cabo de diez días puedo memorizar cincuenta páginas. Estoy hablando de memorizar citando, no de entender y reflexionar. Así, diez días después del inicio de mi estudio podré recitarle un ensayo científico sobre genética humana sin entender absolutamente nada. Ciertamente, ¿he aprendido algo? No lo creo. Por otra parte, si yo, un humilde estudiante de veinte años formado en este sistema educativo, es capaz de pensar en este ejemplo (muy común en la vida del estudiante, memorizar y no entender), cualquiera puede hacerlo, pues cualquiera ha sido sometido a exámenes durante su vida. Por tanto, cabría analizar por qué quieren que nos acostumbremos a esta ansiedad tan molesta.
   Si repasamos los objetivos que debe tener cualquier adulto de clase media (cada vez más baja) en la sociedad serán los siguientes: tener un techo donde vivir, tener un trabajo que le permita tener dinero para tener ese techo, tener dinero para comer de manera equilibrada, estar equilibrado para poder tener trabajo, etcétera. Por lo que vemos, las motivaciones principales de un adulto serán más basadas en la supervivencia que en añorar bienes materiales. Éstos últimos cumplen una función placebo que parece haber sido ideada por el ser humano más maquiavélico de la historia. Mientras el adulto medio intenta resistir una ansiedad que le acompañará hasta su jubilación, si es que la tiene, necesita de un anestésico que le haga evadirse de la ansiedad que le produce estar en una vida sumida en un examen constante por mantener el trabajo, la casa, el equilibrio emocional y en muchas ocasiones una familia. Así, cualquier persona, frustrada con la vida y habiendo aprendido a resistir la ansiedad, irá consumiendo tonterías materiales y televisivas, y se irá contentando con tener un coche nuevo, un móvil nuevo o una casa nueva. El problema es que este ser desligado de cualquier humanidad, ya vive al límite como para que le digan que no va a tener ningún anestésico nuevo nunca jamás, que es lo que proporciona en esencia esta crisis. De repente, el ser deshumanizado no va a poder nunca más tener un trabajo fijo y ciertos bienes que enmascaren la resignación por su subyugación al sistema más parecido al esclavista de la historia.
   Ahora bien, ningún éxito va a tener un sistema educativo basado en la ansiedad por memorización, por muy preparados que nos deje el acostumbrarnos a esa sensación que nos acompañará casi toda nuestra vida. Si es que verdaderamente tuvieran un interés por educar mejor a los jóvenes, habrían reparado hace mucho tiempo en esta relación desgraciada que no permite formar una buena base para el futuro y que produce tanto fracaso escolar. Lo cierto es que como no quieren gente formada sino una subordinación absoluta, ya se aseguran de quitar hasta las asignaturas que puedan despertar a algún joven confuso del sueño dogmático del capitalismo. En España somos así de rudos, pues, mientras en otros países como Inglaterra dejan un poco más libre la educación de modo que esa libertad se asocie con la idea de que por lo menos el ámbito educativo no oprime, aquí prefieren nuestros gobernantes dar una vuelta de tuerca de más, así den de sí el engranaje. Y ese engranaje está a punto de darse de sí, porque gracias a algún Dios distraído, nuestros gobernantes son tan idiotas que ni siquiera saben jugar bien con la manipulación. ¡Menos mal! Pues en su mal intento por controlarnos, están las verdaderas raíces del cambio.
   Así, prefiero llamar a los jóvenes como yo, a que discutamos sobre cómo debe ser un sistema educativo desde los más elementales supuestos y las más obvias estructuras, y la lucha no se convierta en resistir vagamente que la religión cristiana tome más importancia o que la Selectividad cambie su temario. Hay que ver más allá del humo que quieren que veamos, más allá de todo él, podremos encontrar una solución, un verdadero cambio.